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Entrevista con Daniel Aquillué

El siglo XIX todavía es percibido como una losa en la historia de España, como un laberinto político y social inexplicable en un país excepcional, cainita y fracasado. Sin embargo, esta visión dista mucho de la realidad europea de la época. Esta obra, divulgativa y novedosa, reivindica la importancia del «largo siglo XIX español» que transcurre desde 1793, cuando un ilustrado Carlos IV se enfrentó a la Revolución Francesa, hasta 1923, cuando su descendiente, Alfonso XIII, optó por una solución autoritaria, finiquitando así una intensa trayectoria liberal y constitucional. Daniel Aquillué, uno de los principales especialistas en el periodo, desmonta tópicos y mitos para aportar luz a un siglo que se tornó decisivo para la configuración de la España contemporánea. Una obra llamada a cambiar para siempre nuestra visión sobre una época injustificadamente denostada.

Al lector que se acerque a España con honra le llamará la atención, en primer lugar, el intervalo temporal escogido: un largo siglo XIX que transcurre entre 1793 y 1923. ¿Cuáles son los motivos de este planteamiento cronológico?

Es el largo siglo XIX del que habló Hobsbawm para Europa pero adaptado a España.

El terremoto de 1808, visto habitualmente como inicio de la contemporaneidad española, lo entenderemos mucho mejor si nos remontamos a 1793. Ese año, la monarquía de Carlos IV, de Antiguo Régimen pero ilustrada, declara la guerra a la Revolución Francesa. Es la última guerra dieciochesca, en la que se ensayan cuestiones de gran trascendencia. El discurso contrarrevolucionario de “Dios, Patria y Rey”, que volverá a usarse en 1808, 1821 y 1833, por un lado. Por otro, los franceses recurren a la leva en masa, cuestión que se ensayará en España en 1808. En 1793 España se dio de bruces con la Revolución Francesa. En 1795 retomará la alianza que le llevará a la crisis de 1808, entre otros factores.

En cuanto al cierre de este largo siglo XIX española, lo coloco en 1923 por varios motivos. Primero, en contra del corto XIX finalizado en 1898. Ese año, con el llamado Desastre no hubo ni cambio de gobierno, ni colapso económico, y las clases populares agradecieron no tener que seguir enviando a sus hijos a morir en Cuba. Las dinámicas políticas de la Restauración, régimen liberal no democrático, siguieron. La posguerra europea de 1918 afectó a España, al igual que la guerra colonial en Marruecos. Ahí sí que entró en crisis la Restauración. Alfonso XIII optó por la vía autoritaria en 1923, dando el poder a Miguel Primo de Rivera, dinamitando la tradición constitucional de largo recorrido en el s. XIX. Por cierto, a este respecto, debo señalar que me habrían venido muy bien las dos obras recientes de Quiroga y Moreno Luzón sobre estos dos personajes.

El libro busca acercar al gran público un siglo que es contemplado con un cierto rechazo y cuya percepción es, por lo general, negativa, a pesar de ser una centuria clave en la conformación de los cimientos de nuestra sociedad actual. ¿Por qué el siglo XIX español sigue siendo desconocido para el gran público e, incluso, recibe un tratamiento menor por parte de la historiografía contemporánea en comparación con el siglo XX?

Bueno, hay varios factores, como en todo.

En primer lugar, cómo se enseña la historia del XIX en 2º de Bachillerato. O, mejor dicho, cómo se les deja enseñar al profesorado. La prueba de acceso a la universidad lo condiciona todo, junto a las altas ratios, la burocracia educativa, la presión… Así, para gran parte del alumnado, la España del XIX es un sindiós inexplicable y sinsentido, una sucesión interminable de la peor historia política: fechas, pronunciamientos, cambios de gobiernos y nombres.

En segundo lugar, la visión pesimista, catastrofista incluso, asumida por culturas políticas a derecha e izquierda. Y esa visión no es otra que la heredada del regeneracionismo a partir de 1898. Una visión distorsionada de la historia del siglo XIX.

En tercer lugar, la pervivencia a nivel popular visiones de la modernización, teleológicas, de una historiografía clásica, o directamente desfasada, de los años 70 y 80. Esas interpretaciones del fracaso y excepcionalidad española. Se miraban modelos ideales, se comparaban con una España con nunca llegaba, y se buscaban las causas de la Guerra Civil de 1936-1939 en un XIX que se veía desde ahí en vez de comprenderlo desde sí mismo.

Y en cuarto lugar, la propia historiografía contemporaneísta. Ha habido muy notables avances historiográficos en las últimas décadas. Mi libro bebe de todos ellos, sin el trabajo investigador de compañeros y compañeras, no podría haber escrito España con honra. Ahí está la renovación de los estudios sobre liberalismo de Irene Castells, Mª Cruz Romeo, Isabel Burdiel, Jordi Roca; la visión comparada de Manuel Santirso y la transnacional de García de Paso; las nuevas visiones del republicanismo con Florencia Peyrou, Ester García Moscardó, Eduardo Higueras y Sergio Sánchez Collantes; las nuevas miradas al nacionalismo de Ferrán Archilés, Xavier Andreu Miralles y Raúl Moreno Almendral; el análisis biográfico de Godoy y Fernando VII por Emilio La Parra, de Riego por Víctor Sánchez, de Torrijos por Manuel Alvargonzález, o el de los centauros carismáticos por Alberto Cañas; al igual que los nuevos enfoques sobre la contrarrevolución, con trabajos de Pedro Rújula, Josep Escrig, Álvaro París, Alexandre Dupont; el estudio de Juan Pro sobre le estado… Y me dejos muchos, pero por citar algunos. Pero todo este ingente trabajo, no se ha visto, normalmente, reflejado en la divulgación. A eso hay que sumar la preeminente presencia en la esfera pública (y también historiográfica) de los estudios que versan sobre el gran pasado traumático: la Guerra Civil de 1936-1939. Ante eso, la historia del XIX queda a veces ensombrecida. Y si nos han faltado canales para divulgarla convenientemente, más.

Los historiadores se han esforzado durante estos años en remarcar el hecho de que en España tuvo lugar una revolución liberal de gran calado. ¿Cuál es la razón de que persistan opiniones que defienden lo contrario?

Lo que vengo diciendo. Se coaligan varios factores. En el caso del tópico del fracaso de la revolución liberal, coinciden fundamentalmente la comparación con un modelo ideal francés, el desconocimiento de la propia historia del XIX español, la quiebra de las culturas liberales en 1936, la herencia del catastrofismo del 98, la pervivencia de desactualizadas tendencias historiográficas y también intereses políticos.

Para mucha gente, Francia queda congelada en la revolución de 1789, sin tener en cuenta su convulso siglo XIX, lleno también de autoritarismo, contrarrevolución y guerra civil. De la España decimonónica, como mucho se quedan en la Constitución de Cádiz abolida en 1814, sin tener presente el Trienio Constitucional, menos aún la revolución de 1836. La dictadura franquista que poco menos que quiso borrar el XIX, por revolucionario liberal y socialista, también ha influido. Y creerse a pies juntillas lo que decían los regeneracionistas angustiados por su crisis de identidad nacional. Luego están quienes leyeron a los clásicos y han renunciado a cualquier actualización historiográfica. Y entre estos hay politólogos y periodistas creadores de opinión pública en la actualidad. Les enviaría encantado un ejemplar del libro, a ver si así…

Puede sorprender la analogía realizada entre la guillotina francesa y el arrastre español. ¿Fue este el método nacional para la aplicación de la justicia revolucionaria?

Sí. Y está el grupo dirigido por José Mª Cardesín investigando estas dinámicas de violencia popular. Aunque hay que matizar, el arrastre fue una forma de ejercer la justicia popular desde abajo, de irrupción política popular en la esfera pública. En eso es similar a prácticas que se vieron en la Francia revolucionaria en 1789 y 1792. El arrastre cumplió su función en España en 1808 y en 1835-1836, atemorizando a autoridades y obligándolas a transitar caminos que quizás no hubieran querido recorrer, o no tan rápido.

La desamortización de Mendizábal es reivindicada en el libro. ¿Fue esta medida un éxito? ¿O fue una política bienintencionada pero erróneamente aplicada?

A veces se ha visto la desamortización de Mendizábal desde la óptica de la reforma agraria de la II República. Y es un enfoque erróneo, anacrónico. Hay que verla desde sus objetivos del liberalismo de principios del XIX y la situación bélica del momento y del colapso de la hacienda de la monarquía. No se le puede pedir desde el presente una reforma agraria social a un liberal de 1836. Es absurdo. Las minuciosas investigaciones locales nos están permitiendo reevaluar en su contexto aquel proceso. Con la desamortización de Mendizábal se finiquitó económicamente el Antiguo Régimen. La Iglesia quedó despojada de su poder económico, se creó un mercado de tierras, se pudo construir una Hacienda nacional y dotar al estado de una red de edificios públicos… Y pagar al ejército liberal que derrotó a la contrarrevolución.

Otra figura histórica que sufre una postergación generalizada es Baldomero Espartero, uno de los personajes más importantes de nuestro siglo XIX. ¿Cuáles son las causas de este olvido?

Ahí está la magnífica biografía que le dedicó hace pocos años Adrian Shubert. Comparto su análisis. Espartero fue un ídolo de masas, clave en la victoria y asentamiento del estado constitucional, pero que a su muerte fue cayendo en el olvido hasta quedar sin padrinos en la actualidad. La campaña de propaganda contra él que desató el partido moderado en 1843 ha pervivido hasta hoy, junto a la mala fama por el bombardeo de Barcelona en 1842, oscureciendo todo lo demás. El Pacificador, el líder carismático bajo cuya regencia se parlamentarizó España… eso no se suele recordar a nivel popular. Una vez más, la incomprensión del XIX, de un militar metido a política del lado del liberalismo progresista. Hay a gente que eso no le encaja. También porque por el pasado traumático del siglo XX se asocia militarismo a reacción, cuando en el XIX se movían en otro mundo.

En tu obra también ocupa un lugar importante la revisión de la figura de Joaquín Costa, el «león de Graus». ¿Cuáles fueron sus efectos en el pensamiento político español posterior?

Sí, Costa y los regeneracionistas tuvieron un discurso con sombras. Hay un artículo de Miguel Martorell en Ayer que me parece muy interesante al respecto. Y es que los regeneracionistas degeneraron en un peligroso discurso antiparlamentario, clave en la crisis de la Restauración y que dio alas a la aparición de autoritarios autonombrados “cirujanos de hierro”. Por no hablar de su postura ante la guerra: mal la guerra de Cuba, bien colonizar Marruecos. Junto a ello, lo ya dicho, su visión sesgada, distorsionada y catastrofistas del siglo XIX. Pero bueno, era un hombre de su tiempo.

Del mismo modo, denominas «tuiteros del 98» a aquellos intelectuales que miraban con pesimismo la situación española. ¿Cuáles son los mitos que persisten en torno al llamado Desastre del 98?

El título es un guiño. Porque aquellos intelectuales protestaban mucho, escribían, pero poco hacían. De Costa su tumba es clara “No legisló”. Sigue persistiendo el propio nombre “el Desastre”, cuando fue un alivio para las clases populares y un beneficio para la economía de la España peninsular, con un nuevo impulso industrializador al repatriar capitales la burguesía que tenía intereses en Cuba. La única crisis fue de conciencia nacional y ni siquiera en eso fue excepcional España.

Por último, tu libro resulta muy atractivo al seguir un esquema de alta divulgación. ¿Es este formato la llave para que las investigaciones historiográficas alcancen el espacio público?

Creo que tenemos que persistir en ello. Investigación, educación y divulgación. Para mí, la triada del profesional de la historia. Y si se pueden combinar los tres pilares, mejor que mejor, aunque soy consciente de que es difícil por la situación de precariedad e inestabilidad de muchos historiadores, o por la burocracia académica, o por las dinámicas tóxicas de publica artículos de impacto o muere… Por mi parte, mientras pueda seguiré insistiendo en la alta divulgación y todos los canales a mi alcance, ya sea en formato ensayo, charlas, redes sociales o recreación histórica.

Leer la reseña de España con honra. Una historia del siglo XIX español (1793-1923)

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