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Alejandro Quiroga | Miguel Primo de Rivera. Dictadura, populismo y nación | 2022

La efeméride histórica, más allá de rememorar una fecha señalada o un suceso relevante, tiene la virtud de aproximar al presente un acontecimiento pretérito cuya trascendencia aún exige el aire fresco de nuevas investigaciones. Algunas de ellas contribuyen a reavivar la llama historiográfica sobre una cuestión concreta, impulsando la adquisición de conocimiento en campos que se hallan insuficientemente explorados. De este modo, el inminente centenario del golpe de Estado del 13 de septiembre de 1923 se presenta como la oportunidad idónea para recuperar un período tan determinante para la historia de España como fue la dictadura de Primo de Rivera. En el marco del estudio del siglo XX español, la historiografía no ha prestado la atención debida a la etapa primorriverista, opacada por un franquismo de alargada sombra y un cierto olvido generalizado de la figura que la acaudilló. La publicación del libro de Alejandro Quiroga, que se suma a sus numerosas investigaciones sobre el conservadurismo autoritario de entreguerras, constituye una propuesta fundamental para cubrir el vacío historiográfico en el que se hallaba un personaje esencial para comprender el régimen en el que derivó la España de la Restauración.

La ausencia de una monografía sólida sobre el marqués de Estella había posibilitado la pervivencia de una serie de imágenes, construidas en algunos casos desde el mismo régimen, que contribuían a distorsionar su personalidad y su papel político. Por un lado, aquella que hace referencia al dictador como una figura llamada por la Providencia a la salvación de España, un mesías identificado con la nación cuya misión radica en socorrerla y evitar su desaparición. Por otro, la representación de Primo de Rivera como un hombre afable, pintoresco y paternalista, cuyo aprecio por los placeres mundanos le otorga un aura de «campechanía» y carácter popular que oculta los aspectos más siniestros del personaje. Estos mitos, persistentes en la actualidad, obstaculizan la comprensión de una personalidad compleja, de grandes incoherencias y contradicciones, a la cabeza de una dictadura impresa con su sello personal y en gran medida sujeta a su capricho, marcada por un inteligente sentido del momento histórico y una brutal actitud hacia sus enemigos políticos.

La vida de Miguel Primo de Rivera se encuentra atravesada por una fulgurante carrera militar y política, patrocinada por unos contactos familiares en los que pudo apoyarse en su ascensión. Profundamente nacionalista, no tardó en asumir que los métodos populistas de caudillaje de un enemigo político como Alejandro Lerroux podían ser empleados para su labor de regeneración del país. De esta forma, el manifiesto proclamado con ocasión de su golpe de estado hacía bandera de la «antipolítica» y se erigía en voz del «pueblo sano», en oposición a las corruptas élites liberales cuyo manejo del poder bloqueaba el desarrollo y resurgimiento de la nación. Una visión marcial de la política que lograra restituir la virilidad nacional perdida que fue bien acogida en amplios sectores de la sociedad española, especialmente aquellos grupos de poder cuyos apoyos logró Primo a través de inteligentes propuestas adaptadas a sus intereses. De este modo, el autor interpreta el cambio de régimen como una maniobra «gatopardiana» en la que el cambio de élites dominantes no implicó una alteración del sistema socioeconómico.

Como político en uniforme, el dictador emprendió desde el poder un proceso de construcción nacional dirigida por el ejército hacia la sociedad civil. Los gobernadores civiles fueron sustituidos por militares y se creó la figura del delegado gubernativo, esencial para comprender la posterior inclinación de numerosos oficiales a intervenir en política, dada la experiencia que estos puestos les habían permitido adquirir. Uno de los elementos esenciales del período primorriverista fue la intensa operación nacionalizadora mediante la cual la dictadura trató de hacer frente a sus dos grandes enemigos, el separatismo y el movimiento obrero, a través de un proyecto unitario de integración nacional. Su programa interclasista, cuyas herramientas fundamentales fueron el adoctrinamiento y la represión, buscó aunar a todos los grupos sociales en unos mismos valores patrióticos de exaltación monárquica y católica. Sin embargo, los recursos materiales y humanos empleados en este propósito, así como la represión ejercida contra sus enemigos políticos, no lograron el efecto deseado y devinieron en una «nacionalización negativa», en donde la oposición al régimen implicó el rechazo a la idea de nación que mantenía y propugnaba.

Los medios empleados para el proyecto nacionalizador – el sistema educativo, los ciclos de conferencias o la propaganda a través del cine y la radio – nos descubren a un dictador moderno a la par que contrarrevolucionario, consciente de la realidad histórica en la que se encontraba inserto y detentador de una idea de España que trató de materializar. Admirador de Mussolini, Primo de Rivera tuvo la pretensión de construir un aura carismática en torno a su figura para justificar su permanencia en el poder, lo que le asemeja a otros líderes contrarrevolucionarios europeos de los años veinte como el húngaro Horthy o Piłsudki en Polonia. No obstante, el poder que logró monopolizar Primo en los primeros años de la dictadura era algo que por entonces el Duce veía muy lejano, pues el italiano administraba el país bajo un gobierno de coalición, mientras que el dictador español dirigía un régimen centralista y autoritario. Las diferencias entre ambos sistemas no impedirán un intercambio epistolar continuado por parte de sus líderes; de hecho, el marqués de Estella llegaría incluso a enviar a Mussolini el proyecto constitucional de 1929 con el fin de conocer su opinión.

La obra de Alejandro Quiroga no sólo contextualiza al sujeto biografiado, situándolo como un producto de la sociedad restauracionista en la que se desarrolló, sino que examina las interacciones entre el hombre y su contexto histórico, logrando de este modo una mayor comprensión de la época estudiada. Asimismo, revela una cierta línea de continuidad en el pensamiento de Primo de Rivera entre sus inicios políticos y su acceso al poder, lo que no implica que sus ideas y actuaciones estuvieran exentas de grandes dosis de contradicción e incoherencia. Algunas facetas del carácter del dictador, como su afición a los juegos de azar o su compleja relación con la verdad, adquieren una condición parcialmente explicativa de ciertas actuaciones y formas de proceder durante la dirección de la dictadura. De modo que, transcurrido un siglo desde aquel golpe de Estado que contó con el beneplácito del rey Alfonso XIII, la figura de Miguel Primo de Rivera precisaba de una biografía académica que deshiciera los mitos en torno a su persona y sirviera para alcanzar un conocimiento más profundo del régimen que precedió a la república y anticipó, en diversas formas, el franquismo.

Gustavo García de Jalón Hierro

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